Desde la invención del automóvil, los hombres, en particular, sentimos esa necesidad de llevar al límite a este medio de transporte por medio de un manejo demandante. Si bien en un principio la conducción deportiva se reservaba para conocedores que sabían derrapar o ejecutaban a la perfección la maniobra del “punta y taco”, hoy en día no hay que ser tan extremos para sentir adrenalina y emoción al volante; eso sí, con máxima seguridad.
Gracias a los avances tecnológicos, muchos vehículos modernos son capaces de ofrecer esa dualidad de ser cómodos para el uso cotidiano, pero, a la vez, resultan absolutamente deliciosos para conducir de forma más atrevida cuando lo deseamos.
Una de las marcas que tiene esa capacidad de pasar de un estilo de manejo suave y terso a un desempeño más enérgico, como el que deseamos buena parte de los hombres, es Mazda, sin importar que uno esté a bordo de un sedán, un hatchback o un SUV. Sin embargo, este afán por demandar todo el poderío disponible es una de las primeras sensaciones que nos deja la nueva Mazda CX-30, recién presentada en el país.
Consideremos primero su diseño, que se basa en la filosofía “menos es más” y por ello la gracia estética de esta camioneta radica en la elegancia, la simplicidad y la fluidez de sus formas, que crean llamativos juegos de luces y sombras sobre la carrocería; un efecto óptico que es particularmente vistoso en las unidades pintadas con el Rojo Místico que usa la marca. Es precisamente ese diseño tan aerodinámico, el que inconscientemente transmite la idea de deportividad en la CX-30, sin siquiera abordarla.
Una vez en el interior de este SUV, que se posiciona entre la CX-3 y la CX-5, basta presionar un botón para que el andar del vehículo sea totalmente deportivo. Pero bueno ¿qué es ese concepto de deportividad del que tanto hablamos y deseamos los hombres? A grandes rasgos, un deportivo debe entregar una efectiva capacidad de aceleración, el chasis debe mostrarse aplomado en la vía (sobre todo en las curvas), ofrecer cambios de marcha a un alto régimen de revoluciones y estar dotado de una dirección precisa.
Todos estos atributos (unos en mayor medida que otros) fueron justo lo que experimentamos a bordo de la Mazda CX-30 cuando el selector de manejo pasa de Normal a Sport. Este recurso, disponible para la transmisión Skyactiv-Drive secuencial de seis velocidades, no solo brinda un cambio de marcha ágil y suave (ofreciendo la misma sensación de una buena caja manual), sino que su tecnología permite que la sincronización del cambio varíe según la posición y velocidad con la que se acciona el acelerador (lo que depende de la pericia del conductor) y de acuerdo con las condiciones de la vía.
Al mismo tiempo de la capacidad de cambios de velocidad con el motor revolucionado, lo que resulta básico en un manejo deportivo es que el ascenso y descenso de marcha, bien de forma manual o automática, se realice rápido. En el caso de las versiones tope (Grand Touring y Grand Touring LX), la acción se facilita por las levas en el timón; aquí la buena dupla que se logra con el motor permite llevar cada marcha por encima de las 6.000 rpm con toda naturalidad, pero la aguja del tacómetro no cae más de 1.500 rpm al rebajar la marcha, manteniendo siempre una entrega de potencia adecuada.
Aunque no se trata de una camioneta desarrollada para romper récords de velocidad, la respuesta que tiene al presionar el pedal del acelerador es muy eficaz para despegar desde el reposo o bien para realizar sobrepasos. Aquí la virtud recae en los motores Skyactiv-G (2,0 L y 2,5 L); en estos se optimizaron los puertos de admisión, se rediseñó el pistón y se utiliza un sistema de inyección dividida, con lo que se obtiene mejor rendimiento dinámico y hay más ahorro de combustible.
Recordemos que una de las grandes fortalezas de la actual generación de motores Mazda es que, a pesar de tener una muy alta relación de comprensión (13:1), funcionan en forma óptima con gasolina corriente. En el caso del propulsor 2,5 L (el que probamos en el lanzamiento) ofrece 186 caballos de potencia y 25,7 kg-m de torque, un registro más que destacado sin necesidad de aplicar la receta de moda; es decir, de usar turbocargador. Los buenos alcances de este propulsor se evidencian al saber que, en el caso más extremo (al desplazar los 1.520 kilos de la versión Grand Touring LX) tiene una relación peso/potencia de 8,17 kilos por cada caballo.
Otro punto a destacar del espíritu deportivo del Mazda CX-30 es la mesura con la que entra y sale de las curvas. Esa estabilidad que se puede encontrar, sin tener que cambiar a modo Sport, resulta muy interesante cuando el camino es muy quebrado. Aquí la magia la aporta el Control G-Vectoring Plus (GVC+), cuya gestión minimiza el efecto que tienen las fuerzas “g” en los ocupantes, al reducir el balanceo y disminuir la fatiga y el estrés.
Algo que no se mencionó anteriormente, pero que también hace parte del manejo deportivo, es la adecuada posición del conductor, un aspecto que también caracteriza a este SUV. Fiel a la costumbre de Mazda que hemos visto en los últimos años, quien esté al volante de la CX-30 puede percibir una total integración al vehículo. Esto de inmediato ayuda a que la conducción sea más firme y cómoda.
En síntesis, con este CX-30, Mazda vuelve a demostrar que supera lo que se consideraba muy bueno. En este caso, logró integrar un diseño atractivo, un nivel de equipamiento superior, un equipamiento de seguridad más que completo y unos acabados dignos de un auto de lujo. A esto hay que sumar además un buen rendimiento, que se matiza con la comodidad y la deportividad que demande quien lo conduzca. Por lo anterior, este SUV se convertirá es uno de los referentes del segmento y es una de las principales opciones a considerar cuando lo que se busca es un SUV ni tan pequeño ni tan compacto.