Volvo finalizó oficialmente la producción de sus vehículos a Diésel, tal como lo anunció en septiembre pasado, y la última unidad de la compañía con esta motorización fue una XC90, que hace unos días dejó la línea de producción de la planta de Torslanda, Suecia.
La historia de los motores Diésel en Volvo se remonta a 1979 con el lanzamiento del 244 GL D6, un auto que comenzó a mostrarle a sus compradores los beneficios de esta tecnología, que ofrecía más torque, menor consumo de combustible y ,en general, una mecánica más robusta y fiable.
Sin embargo, fue hasta 2001 que la compañía comenzó a fabricar sus propios propulsores Diésel, el primero fue cinco cilindros que se montó en el V70, que logró una gran aceptación del mercado, teniendo incluso una variante de carreras que se utilizó en el S60 Challenge y también lo llevó por la división Volvo Penta al mundo náutico.
La segunda generación de estas motorizaciones fabricadas por Volvo apareció en 2013, mismas que evolucionaron hasta la actualidad; sin embargo, un año atrás, marcó otro momento importante en su historia al introducir una variante híbrida, que combinaba un motor de seis cilindros con un propulsor eléctrico, con lo que se lograba una autonomía de hasta 50 kilómetros en modo 100% eléctrico, más de 1.000 kilómetros combinados y una potencia cercana a los 300 hp.
Sin embargo, la estrategia de la marca cambió recientemente y aunque en años pasados el Diésel se destacaba como su tren de potencia más popular, actualmente la compañía afirma que más del 70% de sus ventas en Europa son de vehículos 100% eléctricos, mientras que en el resto del mundo representan 34% de sus ventas.
De momento, Volvo todavía fabricará motores a gasolina, combinados con sistemas híbridos e híbridos enchufables (PHEV), que poco a poco desaparecerán hasta marcar la electrificación total de la marca hacia finales de la década.