La carrera por la electrificación global ya no avanza en línea recta. Mientras China acelera y consolida su dominio, los fabricantes occidentales comienzan a replantear tiempos, inversiones y objetivos. No es una retirada total, pero sí una corrección estratégica marcada por cifras poco alentadoras.
El caso más claro es Ford, que abandonó el desarrollo de una pick-up 100% eléctrica y asumió una pérdida contable cercana a los 19.500 millones de dólares, reconociendo que su división de vehículos eléctricos (EV) aún no es rentable. Por su parte, General Motors redujo su producción de EV y extendió la vida comercial de sus plataformas de combustión e híbridas. Volkswagen también evalúa mantener motores a gasolina más allá de lo previsto originalmente.
El problema central está en los números: en Estados Unidos, la eliminación o reducción de incentivos fiscales para vehículos eléctricos, que podían alcanzar hasta 7.500 dólares por unidad, enfrió la demanda. Al mismo tiempo, los EV siguen siendo entre 20% y 30% más costosos que sus equivalentes a combustión, presionando márgenes y volumen.

En contraste, China controla más del 60% del mercado global de vehículos eléctricos y cerca del 75% de la producción mundial de baterías de litio. Marcas como BYD ya superan los tres millones de unidades electrificadas vendidas al año, con costos más bajos gracias a su integración vertical y fuerte respaldo industrial.
Europa, Canadá y Reino Unido también han comenzado a flexibilizar sus mandatos de electrificación, ajustando fechas límite y permitiendo una transición más lenta. Hoy la rentabilidad inmediata vuelve a pesar más que las promesas de electrificación total.
El dilema para Occidente es evidente. Seguir vendiendo modelos a combustión en el presente mantiene los ingresos, pero ceder terreno tecnológico puede costar el liderazgo mañana. La electrificación no se detiene, pero la ventaja, por ahora, habla chino.