Unas 600 millones de sondas lambda han sido producidas por Bosch desde 1976, uno de los inventos que el líder autopartista ha aportado a la industria automotriz y que más beneficios le ha traído a la humanidad.
Ubicada a la salida del múltiple de gases de escape, la sonda lambda –o sensor de oxígeno– es la encargada de medir la cantidad de oxígeno contenida en los gases de escape, para que luego el módulo de control de la inyección del motor lo compare con el aire exterior y tome medidas como enriquecer la mezcla de combustible.
Mediante esta tarea, se asegura que las emisiones de los motores de combustión sean siempre ajustadas a los parámetros de protección ambiental necesarios para un menor impacto ambiental.
Técnicamente hablando, Bosch desarrolla en el sensor de oxigeno con dióxidos de circonio de alta pureza para poder transformar la información del oxígeno en una señal eléctrica, que viaja a la unidad de control por un cable recubierto con un protector térmico.
Existen dos tipos: la finger (sin calentador) y la planar (con calentador), con 1, 2, 3, 4, 5 y hasta 6 cables de conexión. Los sensores finger que incluyen 1, 2 o 3 cables se usan en vehículos con sistemas de inyección básicos y en algunos casos con calentador de sonda lambda.
Los sensores de oxígeno planar, de 4, 5 y hasta 6 cables son para sistemas de inyección más recientes, en donde los calentadores hacen que el sensor consiga su temperatura de funcionamiento (unos 350°C) más rápidamente.
Cabe anotar que la mejor manera de asegurar larga vida de la sonda lambda es realizar mantenimientos frecuentes a los sistemas de inyección e ignición, además de evitar el calentamiento estático del motor: por el contrario, a los pocos segundos de que se encienda el motor, se debe emprender la marcha y, gradualmente, ir aumentando la velocidad.
Las sondas lambda Bosch se consiguen en los Bosch Car Service, y talleres especializados.