La Fórmula 1 se rige por números. Las estadísticas son las que mandan y destacarse sin ser un prócer de este rubro eleva aún más la grandeza de un piloto. Este es el caso de Gilles Villeneuve. Se cumplen 35 años de su fatal accidente en el circuito de Zolder, durante las pruebas de clasificación del Gran Premio de Bélgica de 1982.
El canadiense dejó su marca desafiando las leyes de la física, yendo siempre al límite y entregando sobradas muestras de su talento y capacidad. De haber sido un piloto normal, no habría logrado resolver todas las maniobras acrobáticas que sí le permitieron su pericia y esa firme convicción de ir más allá.
No fue campeón del mundo ni batió ningún record. Obtuvo sólo seis victorias en la Máxima. Pero en casi de cinco temporadas, se transformó en el hombre espectáculo, doblando siempre de costado y dejandolo todo en la pista. Sostenía que “no corría para comer sino para ganar”. También que “si peleaba una posición atacaría al máximo, cuando muchos de mis colegas se cuidarían para no dañar sus máquinas”.
No fue campeón del mundo ni batió ningún record. Sólo ganó 6 carreras.
“Cómo podemos conocer los límites si no tratamos de superarlos”, es otra de sus célebres frases de este canadiense, nacido el 18 de enero de 1950 en Chambly, estado de Quebec. Comenzó a saciar su adrenalina con las motos de nieve. Luego pasó a la Fórmula Ford Canadiense y más tarde por la Fórmula Atlantic, donde fue campeón en 1976. En una carrera estuvo presente James Hunt y quedó deslumbrado por su forma de manejar.
Gilles cruzó el Océano Atlántico y fue a correr a la Fórmula 2 Europea. Más tarde, de la mano de Hunt, el 16 de julio de 1977 debutó con un tercer McLaren en la F1 en el GP de Inglaterra. Iba sexto hasta que por problemas mecánicos debió desertar.
Después de una breve pausa, Enzo Ferrari hizo la apuesta más arriesgada colocando a ese joven de 25 años en la butaca que dejaba Niki Lauda, nada menos. Gilles, corrió para la Scuderia en Montreal. Luego, en Fuji (Japón), comenzó a hacer valer uno de sus apodos más conocido, “Volador”, y protagonizó un accidente con Ronnie Peterson (Tyrrell-Cosworth de seis ruedas), sin consecuencias para ambos pilotos, pero el incidente mató a dos espectadores y dejó a otros diez heridos.
En 1978 los resultados no llegaban para Villeneuve. Se iniciaban las lluvias de críticas para Il Commendatore, quien siguió confiando en él y en la experiencia que le transmitiría su rutilante compañero, Carlos Alberto Reutemann. Pero Gilles le devolvió la confianza a su equipo cuando consiguió su primera victoria en el GP de Canadá, ante su gente. Luego el santafesino partió hacia Lotus y, después de la desaparición física del canadiense, aseguró que éste fue el mejor compañero que tuvo en la F1.
Lole apuntaba a los códigos de Villeneuve. En 1979, cuando el canadiense compartió la escuadra con Jody Scheckter, se portó como un caballero tener que ser su escudero en el GP de Italia corrido en Monza, donde el sudafricano -que llegó mejor posicionado en el torneo- se coronó campeón mundial.
En aquella temporada Gilles peleó el campeonato con su compañero de equipo y con el francés Jacques Laffite (Ligier-Cosworth). Con la notable Ferrari 312 T4, logró tres triunfos: el GP de Sudáfrica y los GP de Costa Oeste y Este de los Estados Unidos. Pero el ir a fondo le impidió tener la regularidad necesaria para coronarse.
Sin embargo ese año dejó su sello en la pista con maniobras de antología que gestaron la mentada “fiebre” Villeneuve. Su duelo épico con René Arnoux (Renault-Turbo) en el GP de Francia en 1979 corrido en Dijon-Prenois. Se mataron durante más de tres vueltas con un show de toques, bloqueadas y velocidad. Allí prevaleció Gilles, que terminó segundo detrás de Jean-Pierre Jabouille, quien logró la primera victoria para un motor turbo de la mano del Rombo.
También su batalla con Alan Jones (Williams-Cosworth) en el GP de Holanda. Luego de la rotura de la goma trasera izquierda, el canadiense siguió corriendo con tres ruedas hasta que debió abandonar. Esto fue clave ya que quedó detrás de Scheckter en el certamen.
En un magro 1980, Villeneuve como siempre se refugió en su familia que lo acompañaba en todos los circuitos. Le encantaba compartir momentos con su esposa Joanne y sus hijos Melanie y Jacques, este último quien tomó su legado y en 1997 se consagró campeón mundial con Williams, además de lograr ser campeón de la Indy en 1995, incluso ganando las 500 Millas de Indianapolis en dicha temporada.
En 1981, Gilles volvió a ser protagonista gracias a la 126 CK turbo. Dio el batacazo al ganar en el callejero de Montecarlo. Luego repitió en el GP de España aguantando a John Watson (McLaren-Cosworth), Laffite (Ligier-Matra), Reutemann (Williams-Cosworth) y Elio De Angelis (Lotus- Cosworth) durante 65 de las 81 vueltas de la carrera.
Pero ésa tampoco sería su temporada. La falta de confiabilidad del motor turbo le impidió a Villeneuve pelear hasta el final. Pero a comienzos de 1982, los turbo ya eran la sensación. Ferrari se postulaba como serio candidato. Gilles sabía que tenía con qué pelear por el título. Sin embargo la Scuderia no le respondió como debía.
En el GP de San Marino tuvo una gran pelea en pista con su compañero Didier Pironi. Cerca del final desde su box le indicaron al canadiense que debía dejar pasar al francés. “Gilles slow”, decía la placa. Villeneuve la respetó y eso fue el principio del fin…
La carrera siguiente fue el GP de Bélgica en Zolder. Gilles sabía que estaba solo y que debería pelear el campeonato sin la ayuda de su equipo. Una falta de códigos hacia él, si se considera que defendió los colores de Ferrari como pocos en su historia.
El sábado 8 de mayo salió a clasificar. Fue al límite, como siempre. Pero esta vez su capacidad y reflejos no pudieron contra la negligencia de Jochen Mass (March-Cosworth), quien venía lento sobre el sector rápido. Gilles lo embistió y comenzó su último vuelo.
Su auto empezó a volcar, Villeneuve salió despedido y terminó chocando fatalmente contra la pista y las vallas de protección. Murió en el acto. Fue un accidente espectacular que enlutó al ambiente. Así la F1 perdió a uno de sus referentes y Gilles pasó a la inmortalidad.
En su mayoría el público elige al que sale campeón y gana muchas carreras. Pero la gente también adora a quienes cuyas proezas generan un mito. Más allá de su desaparición física, ésta es la grandeza de Gilles Villeneuve. Un piloto notable que gracias a su talento y pasión entregó un espectáculo único en pista y marcó una época de la Fórmula 1.